BIOGRAFÍA DEL PADRE PEDRO ARRUPE

 

Nace el 14 de noviembre de 1907 en Bilbao. Sus padres, Marcelino Arrupe (arquitecto) y Dolores Gondra.
El primero de octubre de 1914 ingresa en el colegio de los Escolapios, en donde cursará el Bachillerato hasta 1922, destacándose por sus extraordinarias capacidades como estudiante, y donde tendrá su primer acercamiento al servicio de la fe como catequista.

Pierde a su madre a los 8 años. Entonces su padre, ante una imagen de la Virgen, le enseña que ella siempre estará viva en el amor de la madre de Dios.

 El 29 de marzo de 1918 participa de una comunidad mariana, dirigida por el P. Basterra, el primer jesuita que conoció Arrupe. Pedro llegó a ser vicepresidente.

En 1923 inició sus estudios de Medicina en la Universidad de Madrid. Las notas de su carrera son extraordinarias: obtiene sobresaliente y matrícula de honor en casi todas las asignaturas. Severo Ochoa, que llegaría a ser premio Nobel y que entonces era compañero de Arrupe, confesaría más tarde: “Pedro me quitó aquel año el premio extraordinario”. De haber seguido medicina, pensó seguro que también le quitaba el Nobel.

Muere su padre en 1926 y, poco después, decide hacer un viaje a Lourdes con sus hermanas. Allí asiste a más de una curación milagrosa que él tiene ocasión de analizar desde su categoría de estudiante de medicina. Diría: “Sentí a Dios tan cerca en sus milagros, que me arrastró violentamente tras de sí”.

Este acontecimiento será decisivo para que el 25 de enero de 1927 ingrese en la Compañia de Jesús, en el noviciado de Loyola. El doctor Negrín, uno de sus profesores, hizo lo posible por no perder a un alumno tan brillante.

Poco después de haber comenzado sus estudios de filosofía en el monasterio de Oña, llega el decreto de disolución de la Compañia en España. Arrupe parte al destierro con sus compañeros y profesores. Continuarán sus estudios en Marneffe(Bélgica). Para cursar Teología le envían a Valkenburg(Holanda). En la vecina Alemania surgía ya la fatídica sombra de Hitler y el nazismo. “Para mí – diría más tarde- el encuentro con la mentalidad nazi fue un tremendo shock cultural”.

El 30 de julio de 1936 recibe la ordenación sacerdotal en Marneffe. En septiembre se traslada a los Estados Unidos para realizar estudios de moral y sirve en las cárceles.

El 6 de junio de 1938 es destinado a Japón, misión que había solicitado ya muchas veces a sus superiores.

Después de varios meses de aprendizaje de la lengua y costumbres japonesas, en junio de 1940 es destinado a la parroquia de Yamaguchi, tan llena de recuerdos de San Francisco Javier.

Al día siguiente de entrar Japón en la II Guerra Mundial, el 8 de diciembre de 1941, es encarcelado, por ser acusado de “espía”. Al cabo de un mes es puesto en libertad, debido a la admiración que provocó su buen comportamiento y su conversación con carceleros y jueces.

Pocos meses después lo nombran maestro de novicios de la Comunidad de Nagatsuka, una colina a las afueras de Hiroshima.

El 6 de Agosto de 1945,  a las 8 de la mañana, Arrupe es testigo de la explosión de la “bomba atómica” sobre Hiroshima. Inmediatamente, convierte el noviciado en un hospital de emergencias. Más de ciento cincuenta personas, abrasadas por la radiación, son atendidas por una comunidad que apenas cuenta con medios y elementos para ello. Más tarde, Arrupe escribiría un libro sobre esta experiencia: “Yo vivi la bomba atómica”.

Es nombrado superior de todos los Jesuitas de Japón, con el cargo de Viceprovincial el 24 de marzo de 1954. Da la vuelta al mundo pronunciando conferencias para recabar fondos para la Iglesia del Japón.

Es elegido general de la Compañía de Jesús el 22 de mayo de 1965. Supo afrontar los tiempos azarosos y renovadores en los que entraba la sociedad humana y, muy especialmente, la Iglesia después del Concilio Vaticano II. Lleno de valor, de visión del presente y del futuro y, sobre todo, de una inquebrantable fe en Dios, tuvo que sufrir incomprensiones y contradicciones de todas partes, incluso, a veces, de las más altas instancias de la Iglesia. Pero marcó unos derroteros, hoy ya imborrables, para la Compañía de Jesús, que no dejarían de influir también en otros sectores de la sociedad humana.

El 2 de diciembre 1974 convoca la Congregación General 32. Supondrá un hito fundamental en la historia de los jesuitas, sobre todo por la proclamación de que nuestra fe en Dios ha de ir insoslayablemente unida a nuestra lucha infatigable para abolir todas las injusticias que pesan sobre la humanidad.

El 7 de agosto de 1981, de vuelta de Oriente, a donde había ido a visitar a los jesuitas de aquella parte del mundo, ya en Roma, en el taxi que le conducía del aeropuerto a la ciudad, sufre una trombosis cerebral que le deja incapacitado del lado derecho. Al día siguiente, le administran el sacramento de los enfermos.

El 26 de agosto el Papa nombra un delegado personal para atender al gobierno de la Compañía en la persona del jesuita P. Dezza. Se interrumpe así el proceso normal de nombrar un sucesor por medio de una Congregación General. El P. Arrupe y, con él, toda la Compañía reaccionaron con dolor pero con obediencia total a las decisiones del Romano Pontífice.

El 3 de septiembre 1983, reunida por fin la Congregación General, el P. Arrupe presenta su renuncia al cargo ante todos los Padres congregados. Poco días después, el P. Peter-Hans Kolvenbach es elegido General de la Compañía. Su primer gesto fue abrazar al P. Arrupe mientras le decía: “Ya no le llamaré a usted Padre General, pero le seguiré llamando padre”.

Después de casi diez años de dolorosa inactividad y de ofrenda física y psíquica por la Compañía, la Iglesia y la Humanidad, el 5 de febrero de 1991 entrega su alma a Dios en la casa generalicia de los jesuitas en Roma. Días antes, ya en agonía, le había visitado Juan Pablo II.